Hace más de una década que Naomi Klein publicó su lúcido libro: “La doctrina del Shock, el capitalismo del desastre”. La tesis que levanta, a través de sus más de cuatrocientas páginas, se centra en hacer visible el mecanismo con que se ha impuesto el neoliberalismo en los últimos cuarenta años.
Para nuestra sorpresa el mecanismo se presenta, nada más y nada menos, que con nuestro “Golpe Militar”, Chilito lindo, como ejemplo e ilustración de la manera en que “una crisis”, en este caso provocada, se constituye en tierra fértil para que la semilla del capitalismo más radical germine y crezca.
El título del texto hace referencia a las investigaciones financiadas por
Estos “avances” darían origen al protocolo para la interrogación de prisioneros que el ejército norteamericano sigue usando hasta nuestros días.
Y que duda cabe, la tortura es hoy una “práctica” habitual por parte de los estados, aunque aparece maquillada con otros nombres y motivo de sospechosas enmiendas constitucionales.
Pero poco se ha estudiado el efecto a largo plazo de la tortura, en casos extremos, afirma el Dr. Octavio Márquez, experto mexicano, “se puede llegar a la desintegración de la personalidad con complicaciones graves como las adicciones y el suicidio”.
Naomi plantea, que la conmoción que causa el electroshock en una persona es muy similar a la que una gran crisis (golpe de estado, terremoto, tsunami, inundación, huracán, etc.) provoca en un país o comunidad mayor. En ese estado de conmoción se “imprimen” las nuevas normas del juego, volviendo a nuestro tema, el sistema neoliberal.
Y claro, nadie iba a reclamar por la venta de las empresas del estado cuando se estaba torturando y desapareciendo a las personas, las que precisamente estaban en contra de dicho modelo. La aplicación del modelo Chicago pasó a ser una anécdota cuando
Fue el mismísimo Milton Fridman quien vino a decirle a Pinochet como se remataban los haberes del estado y se liberalizaban los precios. Para “silenciar” la voz de los sindicatos y organizaciones de trabajadores el dictador demostró mérito personal suficiente, y seguramente, pudo enseñarle al maestro sobre sus “procedimientos”.
Comparto la idea de que lo que ocurrió en Chile en 1973 no sólo fue un exterminio selectivo de personas, sino también la aniquilación de una cultura para imponer otra. Se hizo desaparecer, y uso estos términos intencionalmente, una revolución cultural que llegó con sus más variadas manifestaciones artísticas a todos los espacios socioculturales del país. El arte salió de sus claustros y academias para tomarse la calle. Nunca hubo más murales, recitales, exposiciones, festivales, conciertos, talleres que durante el gobierno de Salvador Allende.
Todo fue borrado a fuerza de metralla, violencia institucionalizada y años de eficiente represión. Sólo nos quedó el miedo, el recuerdo borroso, como ocurre en los pacientes tratados con electroshock, de actitudes y estrategias que con el tiempo se transformaron en “peligrosas”. Surgieron, entonces, nuevas “verdades”; organizarse ya no era necesario porque es “individualmente” como se progresa, el “pueblo” era un arcaísmo si lo moderno se instalaba en “la clase media”, comunidad era demasiado parecido a comunismo y fue mejor hablar de condominio.
Después de eso, veinte años de Concertación, con una mejora relativa de las libertades personales, no así las del colectivo, que siguió sometido al mismo sistema económico, salvo algunos retoques y más del algún implante de seguridad social.
La pregunta es saber qué tan dañados nos dejaron todos estos sucesos. ¿Fuimos capaces de sobrevivir a una de las dictaduras más sangrientas de la historia y su legado de neoliberalismo y depredación? o simplemente, quedamos tan dañados como para “la desintegración de la personalidad, con complicaciones graves como las adicciones y el suicidio”, parafraseando al doctor Márquez.
Después del triunfo de Piñera creo que la respuesta es evidente. El daño fue tan importante que un porcentaje significativo de fuerza electoral votó por el heredero de la derecha hasta convertirlo en el Presidente de
Como enfermos, que a golpe de electroshock han perdido su identidad, muchos compatriotas llegaron hasta las urnas para honrar al político que no dudó en defender al tirano cuando el Juez Garzón intentó llevarlo a la justicia.
Adictos a un montón de sueños de consumo terminamos creyendo en una campaña que no hizo más que movilizar lugares comunes y discursos vacíos.
Al restablecer el gobierno de la derecha hemos demostrado que somos, también, víctimas del “síndrome de Estocolmo” (dependencia del agresor), que no hace más que poner en evidencia nuestras conductas suicidas.
El triunfo de Piñera obliga a reconocer la magnitud de nuestro desastre. Y asumir ese desastre es la única forma de iniciar un proceso de sanación. Cuando el enfermo asume su enfermedad, su daño, se hace posible la búsqueda de ayuda, de estrategias que le permitan volver a ponerse de pie, a tener sueños, a pensar que una sociedad de personas es mucho más que una manada de consumidores, a dejar de ver al otro/a como un potencial enemigo/a, a reencontrarse con la tierra que pide a gritos otra forma de estar en el mundo.
La magnitud del desastre, agravado con el terremoto y el tsunami, es también, la oportunidad que se nos ofrece para refundarnos.
4 comentarios:
Querida Ale,
Por ahora te mando un saludo, despues te leo con mucha calma, pero tambien te digo que esta super luper tu blog............ todo fashion y visualmente ENTRETENIDO, el contenido te doy una opinion mas rato.
Besos!!
Muy bueno prima, me encanto la pagino y el artículo.Un abraso
De pelos! Me encantó, los comentarios más íntimos te los hago por el interno. Cariños!
excelente, Alejandra! Un artículo muy lúcido y que arroja los datos reales de la cultura que vivimos.
Tu blog está entretenido y consistente;sigue adelante, espero más de tus ilustrativas publicaciones.
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